Ve y di a los espartanos...

La sociedad espartana practicaba una rígida eugenesia. De acuerdo con Plutarco (Vida de Licurgo), los niños recién nacidos eran examinados por un consejo de ancianos, que determinaba si estaban sanos y bien formados. Si el consejo consideraba que no lo estaban, eran conducidos al pie del monte Taigeto, donde eran arrojados por un barranco. Se buscaba eliminar así toda boca improductiva.


En resumen, los espartanos seleccionaban a su conveniencia aquellos niños que debían sobrevivir y asesinaban al resto. Si hubiesen dispuesto de los avances médicos actuales podrían haber practicado esa misma política con carácter previo al nacimiento, ahorrándose todo ese desagradable espectáculo del barranco sangriento, fácilmente sustituible por algún frío y amarillo contenedor de residuos sanitarios, y tal vez la historia nos hubiese dejado imágenes más indulgentes con ellos que aquellas rocas tiznadas de rojo.

En alguna de esas rocas, o en nuestro moderno contenedor amarillo, bien podría leerse el conocido epitafio: "Extranjero, ve y di a los espartanos que aquí yacemos, en cumplimiento de sus leyes".

Aquí vine y eso dije a los espartanos.

Efectos del alcohol (I)




El alcohol, tomado en cantidades moderadas, puede resultar beneficioso. Y, en cantidades ligeramente inmoderadas, hilarante, como nos muestra este fragmento de "El hombre que fué jueves" de G.K. Chesterton:



Syme y sus compañeros se sentaron a una mesa. Los ojos azules de Syme parecían brillar como el mar. Pidió, con alegre impaciencia, una botella de Saumur. Se encontraba en un singular estado de hilaridad. Su ánimo, ya excitable de por sí, se excitó más con el Saumur, y a la media hora su charla era un torrente de disparates. Ahora pretendía estar trazando el plan de la conversación que iba a tener con el fatal marqués. Hizo unos apuntes con lápiz: una especie de guión con preguntas y respuestas, que iba recitando con extraordinaria fluidez.

- Me acercaré. Antes de quitarle el sombrero, me quitaré el mío. Diré: "¿El marques de San Eustaquio, si no me equivoco?" El dirá: "¿El célebre Mr. Syme, supongo?" Y añadirá en excelente francés: "Comment allez-vous?" A lo cual yo contestaré: "¡Oh, como Syme-pre!".

-Basta -dijo el de las gafas-. Modérese usted y tire ese papel. ¿Qué se propone usted hacer realmente?.


Syme, patéticamente:


-¿Pero no es encantador mi guión? Permítanme ustedes que lo lea. Sólo tiene cuarenta y tres preguntas y respuestas, y algunas respuestas del marqués son ingeniosísimas: hay que hacer justicia al enemigo.


-Pero ¿a qué conduce todo esto? -preguntó el doctor Bull, impaciente.


-A mi desafío. ¿No se da usted cuenta? -dijo Syme radiante-. Cuando el marqués ha dado la respuesta número treinta y nueve, que dice literalmente...


- ¿Y no le ha pasado a usted por la cabeza -dijo el profesor con una sencillez admirable- que bien pudiera el marqués no repetir todas las cuarenta y tres respuestas que usted ha previsto para él? Porque, en tal caso, los epigramas que usted le dirija resultarán un tanto forzados.


Syme dió un puñetazo en la mesa, deslumbrado.


-¡Pues, es verdad! ¡Y a mí que no se me había ocurrido! Caballero, tiene usted una inteligencia no común, usted llegará...


-Está usted más ebrio que una lechuza -dijo el doctor.