El cura de Toledo


En el día de hoy se ha conocido una noticia que ha conmociado y sobresaltado a la opinión pública de todo el país. Es el caso de un párroco de dos localidades de la provincia de Toledo que ha confesado su adicción a los contactos sexuales por teléfono e internet y el robo de dinero de la parroquia para satisfacer la misma. Sin ánimo de justificar lo que pudiera constituir un delito, en particular el robo, el blog "Chesterton supongo", siempre dado a la incorrección política y a la paradoja moral, rompe una lanza en favor del sacerdote pecador. Y no lo hace porque sea sacerdote, sino porque es pecador. Y lo hace para poner de manifiesto la hipocresía y la ambigüedad moral de nuestra sociedad. Una sociedad en la que los mismos que predican, apoyan y consumen un tipo de, digamos, moral sexual en la que todo está permitido, hasta el extremo de predicarla en las escuelas y en la televisión cual nueva y liberadora "teología", se permiten ahora censurar con inquisitorial escarnio a una persona que se ha comportado, como tantos de su generación, de acuerdo con esos cánones. Se ceban en él por el hecho de ser sacerdote, como si el paso por el seminario le hubiese eximido de vivir en este mundo, de consumir la telebasura que se nos ofrece por doquier o de haber sido educado bajo los planes de estudio de la LOGSE. La exagerada expectación levantada por el caso se expande por el interés morboso despertado entre el público y la oportunidad de criticar una vez más a la Iglesia y sus aparentes contradicciones. No hay la más mínima reflexión sobre cómo nuestra sociedad está invadida por estas actitudes hasta el punto que hasta un joven sacerdote puede llegar a caer en ellas. Lo que es malo para unos, debe ser bueno para los demás.
Estas contradicciones morales no son exclusivas de nuestro tiempo. Chesterton escribió en Herejes que "(...) en el siglo XIX festejamos y dedicamos elogios a Oscar Wilde por defender una actitud inmoral, y después le partimos el corazón por llevarla a la práctica".
Pero lo que diferencia a nuestro tiempo es que hemos perdido totalmente la visión católica de la moralidad. Nuestra cultura ha absorbido demasiadas influencias de la simplista y maniqueista moral protestante norteamericana. Para los católicos, el pecado es consustancial al ser humano, hasta el mismo Papa se define a sí mismo como un pecador. Una Iglesia compuesta por personas inmunes al pecado es imposible, porque esas personas no existen. La lucha entre el bien y el mal se produce en nuestro interior, y no se identifica con nuestra lucha exterior con otros en defensa de nuestras necesidades materiales, como en el protestantismo radical americano. Es imposible que vivamos sin caer en el pecado, lo importante es que aprendamos a identificarlo, nos arrepintamos e intentemos huir de él. Este sacerdote lo ha intentado, ha confesado en público sus pecados, y no ha recibido la más mínima piedad por una sociedad que premiaría con un puesto en la TV a cualquier no sacerdote (o mejor aún, ex-sacerdote) con un curriculum similar.
Una excelente lectura sobre la visión católica del pecado es "La leyenda del santo bebedor". En esta obra del genial Josep Roth, un vagabundo sustrae dinero de una capilla para sufragar sus vicios, en este caso la bebida, con la promesa de restituirlo al día siguiente. Por varios motivos, relacionados sobre todo con su adicción al alcohol, es incapaz de restituirlo al día siguiente. Cada día se propone el mismo objetivo, pero vuelve a caer una y otra vez y finalmente muere sin que le sea posible cumplir su promesa. Esa es la verdadera esencia de la teología católica sobre el pecado, y sobre la vida misma, una lucha constante por hacer lo correcto y por levantarnos cada vez que caemos, porque somos humanos y es imposible no caernos, no una sino mil veces. Desde aquí animamos a levantarse a este sacerdote que, por ser humano, y como todos los demás, es también un pecador.

Paradojas medievales: Ley y orden


Si nuestra peliculera imaginación nos llevase a una comarca de la Europa Occidental en la época medieval, contemplaríamos seguramente a una masa de campesinos que trabajan las tierras de unos nobles, más o menos fieles a un rey y junto con el que ostentan, cuando no se disputan, todo el poder político y económico en la zona. El rey estaría facultado para dictar las leyes, y al hacerlo tendría en cuenta los intereses de esos nobles, cuyo apoyo político, que evidentemente nunca sería gratuito, necesita. Así, las leyes que se dictasen no tendrían por objeto garantizar la seguridad y los derechos de los ciudadanos, sino favorecer los intereses económicos de esa poderosa minoría que el rey necesita para gobernar. Se nos ocurre, por ejemplo, que el peor delito que un campesino de la época podría cometer no sería asesinar a un semejante, pues interesa poco a los poderosos la seguridad de los mismos, sino cobrarse una miserable pieza de caza en las tierras del noble, de siempre creciente extensión y vetadísimo acceso para el común de los mortales. Todos los medios públicos de la época, la misma policía y leyes que permanecerían casi impasibles ante un problema de orden que afectase exclusivamente a los campesinos, se darían inmediatamente a la persecución y el castigo de tan aberrante y revolucionaria afrenta a la dignidad y propiedades del noble. De haber existido alguna vez un mundo así, nos parecería el más injusto de los posibles, infierno para débiles y caldo de cultivo para la aparición de ladrones heroicos y vengadores.

Ahora volvamos a nuestro mundo más real y cercano, a esta España postrada y decadente, y analicemos que ha pasado con nuestro sistema judicial en los últimos años. ¿Que podríamos decir del mismo?. Cualquier intento de compararlo con el escenario medieval antes descrito pudiera parecer a todas luces descabellado. Pero constantemente conocemos casos en los que crímenes horripilantes resultan prácticamente impunes por motivos tan peregrinos como que el asesino aún no había cumplido los 18 años. O situaciones en las que el pequeño comerciante se ve indefenso el acoso del ladrón multireincidente, pues siempre que éste no robe de una sola vez por valor de más de 400 euros (aunque robe 19.000 veces una cantidad menor) se considera que ha cometido una falta en lugar de un delito. Y no olvidemos el caso en el que al volver de unas vacaciones el sufrido pagador de impuestos encuentra unos nuevos ocupantes de su domicilio habitual, que la justicia reconoce como legítimos en tanto no se demuestre, tras larguísimo y penoso proceso, lo contrario. La seguridad física y económica de los ciudadanos y pequeños empresarios no parece ser precisamente una prioridad en las agendas de nuestros políticos, imbuidos de grandes ideales y bombásticas propuestas. En cambio, sí que son castigados con severidad en nuestro código penal "delitos" como compartir con unos amigos obras musicales, cinematográficas o literarias que has adquirido haciéndoles llegar una copia de las mismas. Por algo así te pueden caer de seis meses a dos años de prisión. Por supuesto, no debemos pensar que esto tiene algo que ver con el apoyo que ciertos autodenominados artistas prestan a cierto gobierno. ¿Que podríamos pensar?. ¿Que el relativismo moral se ha convertido en relativismo penal?. ¿Que los medios públicos, la policía y las leyes, se emplean con mayor empeño en proteger los intereses económicos de una casta privilegiada e influyente que en garantizar la seguridad física y propiedades del común de los ciudadanos?. Demasiado fuerte para creerlo. Demasiado evidente para obviarlo.

No country for old men

Nuestro padre García se encuentra próximo a la jubilación, y, aunque ama su trabajo y disfruta con sus tareas, como tampoco es de su agrado que le engañen en cuestiones monetarias, ha recibido con indignación la noticia del nuevo proyecto gubernamental que le obligará a trabajar dos años más, acortando su retiro en idéntico término. Esta desagradable noticia se une a otra, más propia del día de los Santos Inocentes, según la cual nuestro ínclito presidente del gobierno va a asistir en los EE.UU. al así llamado "desayuno nacional de oración", cuya preparación le ha impedido asistir al entierro de un caído por España. Toda esta deriva surrealista ha inspirado al padre García los siguientes versos:


"Mentes lúcidas que rigen,
esta plácida nación,
con sus grandes componendas,
evitan confrontación.

Argumentum ad lazarum,
si habla uno del sindicato,
argumentum ad cruneman,
tras patronal alegato.

Más por sorpresa de todos,
fuerte látigo han sacado,
a trabajar nos amplían,
la condena en más dos años.

Es notoria nuestra ruina,
paupérrimo nuestro estado,
y por eso nos exigen,
este esfuerzo exagerado.

Esfuerzo con el que intentan,
reponer lo derrochado,
con el trabajo de muchos,
lo que pocos han robado.

Y entretanto nuestro orate
gobernante de cristianos,
de paganos pensamientos,
que bien presto ha traicionado,

sin credo y con estulticia,
con sorpresa y con descaro,
con malicia bien latente,
sin rubor y sin desmayo,

se dispone a hacer un rezo,
ante el rey del occidente,
al que rinde pleitesía,
laudate dominum omnes gentes.

Imaginen que diría,
tan bellaco implorador,
justo fuera que rogase,
por la hispánica pensión,

mas esperamos que suelte,
su normal invocación,
en la casa del hereje,
con subjetiva oración.

Mundo tan deslavazado.
Paradoja tan atroz.
O miserum si intelligis,
si no intelligis mejor!."