
Estas contradicciones morales no son exclusivas de nuestro tiempo. Chesterton escribió en Herejes que "(...) en el siglo XIX festejamos y dedicamos elogios a Oscar Wilde por defender una actitud inmoral, y después le partimos el corazón por llevarla a la práctica".
Pero lo que diferencia a nuestro tiempo es que hemos perdido totalmente la visión católica de la moralidad. Nuestra cultura ha absorbido demasiadas influencias de la simplista y maniqueista moral protestante norteamericana. Para los católicos, el pecado es consustancial al ser humano, hasta el mismo Papa se define a sí mismo como un pecador. Una Iglesia compuesta por personas inmunes al pecado es imposible, porque esas personas no existen. La lucha entre el bien y el mal se produce en nuestro interior, y no se identifica con nuestra lucha exterior con otros en defensa de nuestras necesidades materiales, como en el protestantismo radical americano. Es imposible que vivamos sin caer en el pecado, lo importante es que aprendamos a identificarlo, nos arrepintamos e intentemos huir de él. Este sacerdote lo ha intentado, ha confesado en público sus pecados, y no ha recibido la más mínima piedad por una sociedad que premiaría con un puesto en la TV a cualquier no sacerdote (o mejor aún, ex-sacerdote) con un curriculum similar.
Una excelente lectura sobre la visión católica del pecado es "La leyenda del santo bebedor". En esta obra del genial Josep Roth, un vagabundo sustrae dinero de una capilla para sufragar sus vicios, en este caso la bebida, con la promesa de restituirlo al día siguiente. Por varios motivos, relacionados sobre todo con su adicción al alcohol, es incapaz de restituirlo al día siguiente. Cada día se propone el mismo objetivo, pero vuelve a caer una y otra vez y finalmente muere sin que le sea posible cumplir su promesa. Esa es la verdadera esencia de la teología católica sobre el pecado, y sobre la vida misma, una lucha constante por hacer lo correcto y por levantarnos cada vez que caemos, porque somos humanos y es imposible no caernos, no una sino mil veces. Desde aquí animamos a levantarse a este sacerdote que, por ser humano, y como todos los demás, es también un pecador.