Querido Gilbert,
Me dirijo a ti desde un país que amas y una época que odiarías. Lamento tener que decirte que tus peores presagios se han hecho realidad. Incluso aquí. Especialmente aquí. El mundo que tú viviste debió parecerte monstruosamente mecanizado, pretenciosamente racionalista y cínicamente deshumanizado. Te entristecerá saber que aquello era tan sólo el principio, un modesto peldaño de una altísima torre de naturaleza infernal, como aquella que tú imaginaste. En tus propias palabras, se diría que hoy en día padecemos como nunca la "degradante esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo".
Me dirijo a ti desde un país que amas y una época que odiarías. Lamento tener que decirte que tus peores presagios se han hecho realidad. Incluso aquí. Especialmente aquí. El mundo que tú viviste debió parecerte monstruosamente mecanizado, pretenciosamente racionalista y cínicamente deshumanizado. Te entristecerá saber que aquello era tan sólo el principio, un modesto peldaño de una altísima torre de naturaleza infernal, como aquella que tú imaginaste. En tus propias palabras, se diría que hoy en día padecemos como nunca la "degradante esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo".
El hombre actual, armado de aparente razón, se cree superior al de cualquier otra época. Os mira a los hombres del pasado como a seres supersticiosos, oscurecidos por el velo de la religión, que sólo la ciencia puede levantar. Se burla de vuestras ideas y costumbres, que considera primitivas, a la luz de la aparente idoneidad de las suyas. Se ha dotado, o ha sido dotado, de una visión del mundo mecánica y funcionalista y de un sistema que considera racional, pero en el que la razón siempre es ventajista y auto exculpatoria.
Su sistema es tan rígido que, al igual que un loco, no acepta la posibilidad de estar equivocado. Pero su flamante brújula no le lleva a ningún destino. Se sorprende y se frustra por no encontrar explicación para lo inexplicable. Cuando pretende disfrutar de la vida, termina cayendo en el fatalismo. Aprovecha el día, pero no es feliz. Se prepara para la muerte negando toda posibilidad de hallar algo después. Vive sin esperanza y muere sin solución.
En estos tiempos, para buscar algo parecido a la felicidad, se hace preciso ver la vida a través de los ojos de un niño. Con la ingenuidad y el optimismo de un niño. Con el sentido común de un niño. Y como niños, tú y yo encontramos el paraíso en la familia. La familia que tuvimos o la que tenemos ahora. La familia a la que pertenecemos o la que pretendemos fundar.
Ahora se dice que la familia es una institución en crisis. Pero yo lo niego. La familia no es en absoluto una institución. Hoy en día hasta a las cosas más sencillas se les llama "institución". El Ministerio de Hacienda es una institución. La cerveza no lo es y nos hace, a ti y a mí, mucho más felices que éste. La naturaleza no es una institución. El amor tampoco es una institución.
Pero sí que es cierto que está siendo cuestionada. Es cuestionada por antigua, pues hoy en día todo lo antiguo parece equivocado. Es cuestionada porque es natural, y eso es insoportable para un hombre que se cree capaz de decidir sobre su propia naturaleza. Es cuestionada en definitiva porque hombres y partidos políticos cuyos nombres y siglas no interesan a nadie se empeñan en hacernos creer que hay alternativas a ella. No voy a aburrirte relatando cada iniciativa que en este sentido se está tomando. Tampoco es necesario. Cada medida y cada ley son sólo pequeñas o grandes piezas de una tosca y grasienta maquinaria. Son como esos desagradables postes metálicos que, en tus tiempos como en los míos, estropean la belleza del eterno paisaje.
Tú dijiste una vez: "El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia". Tu sentido común, contundente como el de un niño y cargado de ironía, se nos hace ahora más necesario que nunca. Ojalá estuvieras aquí para ayudarnos. Te echamos de menos.
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